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sábado, 26 de diciembre de 2015

HOMBRES FIRMES

Acabo de terminar  un libro que me ha sorprendido: "Una Letra Femenina Azul Pálido" de Franz Werfel (Praga, l890-Beverly-Hills, 1945). Digo que me ha sorprendido porque cuando leí el resumen de la historia en su contraportada, me hice la idea de que el autor relataba en él la "tranquila" historia de un triángulo amoroso. Mi sorpresa fue muy grata al comprobar, según iba avanzando, que había mucho más.
Estamos en Viena, año 1936. Un alto funcionario del ministerio, casado con una bella y rica dama vienesa, descubre entre su correo una carta, cuya letra femenina en tinta color pálido, le hará regresar a una historia de amor,  que él no supo  cerrar en el pasado. Pero alrededor de esta historia principal hay otras escenas, otros personajes, que nos van descubriendo la vida cotidiana de su protagonista pero también la social, incluso la política de ese época, y lo hace a través de la voz de ese protagonista, Leónidas, un personaje que según se va conociendo, va gustando cada vez menos.
El señor Werfel ha creado en esta historia un protagonista muy incómodo, de esos que hacen revolverse al lector en el asiento. Y eso ocurre porque según vamos descubriendo la verdadera personalidad de Leónidas, vamos viendo en él nuestras propias miserias: El egoísmo, la hipocresía, el acomodaticio auto-engaño. Capas y capas de defectos que encubren la verdadera raíz del problema: la cobardía. Todo ésto nos lo dice el propio Leónidas, cuando en un momento determinado explica su personal táctica para medrar en la vida:
"Yo personalmente, por ejemplo, no debo mi meteórica carrera a ningún atributo excepcional, sino a tres talentos musicales: un oído muy fino para detectar las vanidades humanas, un gran sentido del ritmo y -éste es el más importante de los tres- una capacidad de imitación extremadamente acomodaticia que, sin duda, tiene sus raíces en la debilidad de mi carácter".
No es extraño que con ciudadanos así, la política de la época estuviera como estaba. Juzguen por ustedes mismos:
"Encumbrados o barridos por la resaca de los partidos, los ministros parecían en general nadadores sin aliento que se aferraban a las tablas del poder. No poseían una visión exacta de los laberintos de la administración ni la sensibilidad adecuada para captar las sagradas reglas de juego de una burocracia que no tiene otra finalidad que ella misma. Con excesiva frecuencia eran simplistas de poca monta que sólo habían aprendido a fatigar sus ordinarias voces en mítines multitudinarios y a intervenir de forma engorrosa, por las puertas traseras de los despachos, en favor de sus correligionarios y familiares".
Si a pesar de estos personajes, el mundo sigue en pie es gracias a personas que están justo en el otro extremo. 
Hace días fui a ver una interesante película: "El Puente de los Espías", dirigida por Steven Spielberg y con guión, nada menos que de mis admirados hermanos Cohen. Basada en una historia real situada en los años 60, plena Guerra Fría. Rudolf Abel, (interpretado por un genial actor inglés llamado Mark Rylance, que tiene a sus espaldas 50 producciones teatrales de obras de Shakespeare, y eso se nota en su magnífica interpretación), espía ruso a la espera de un juicio en una cárcel norteamericana, se enfrenta a la máxima pena. Se le asignará a un abogado llamado James Donovan, (interpretado por Tom Hanks). Aunque al ciudadano ruso se le ha asignado uno de los mejores abogados, en realidad todo es una estrategia política norteamericana para hacer creer, dentro y fuera del país, que la justicia llega a todos por igual, independientemente del delito que el acusado haya cometido.  Con lo que no cuentan quienes han perpetrado este maquiavélico plan es  con que el encuentro de estos dos hombres, lo cambiará todo. 
El arresto de un piloto de aviones de espionaje por un lado,  y el de un estudiante de economía capturado por la Stasi, acusado de ser un espía en Berlín por otro, ambos americanos, no harán sino que complicarle un poco más la vida al abogado Donovan. Sobre todo porque, desobedeciendo las órdenes de sus superiores, él no va a estar dispuesto a dejar abandonados a ninguno de los tres.

Fotograma de la película 
"El Puente de los Espías"
(Imagen sacada de Internet)

A través de los diferentes encuentros del abogado con el acusado, el primero irá conociendo al segundo y descubriendo que es precisamente lo que no sabía de él, lo que es más interesante. El espía ruso irá descubriendo a su vez que el abogado que tiene enfrente, es de los que tienen un profundo sentido de la justicia. Ambos están condenados a entenderse, lo que provocará no pocos nervios a su alrededor. Quien más nervioso se pondrá será el juez encargado de dirigir el juicio. Un juez que ha decidido hacer política. Y ya se sabe que cuando un juez hace política, pierde toda objetividad.
Cada una de las escenas en la que el espía ruso y el abogado norteamericano se encuentran, son una verdadera joya de interpretación. Los diálogos son para no perderse ni una sola palabra. En uno de esos encuentros el ciudadano ruso le contará a su abogado la historia de su padre, un hombre perseguido por el régimen dictador de su país. En uno de los interrogatorios a los que tuvo que enfrentarse, le golpearon una y otra vez. Cada vez que caía al suelo, se volvía a levantar. Fue tanta su resistencia, que se ganó el apodo de "hombre firme". No cabe duda de que el hijo heredó parte de esa firmeza. Su propio abogado viendo que nada de lo que está ocurriendo parece inmutarle, le pregunta: 
-¿No está nervioso?
A lo que el ruso le contesta:
-¿Éso ayudaría?
Una aparente sencilla filosofía de vida, pero que resultará ser una sólida herramienta de resistencia.

Si van a ver la película, no se levanten de la butaca hasta haber leído los títulos de crédito. En ellos verán la impresionante labor del verdadero abogado Donovan.

Si he puesto en una misma entrada historias y personajes tan diferentes es porque son las dos caras de una misma moneda. Mientras que hay personas a las que parece no importarles nada ni nadie, excepto ellos mismos, hay otras que se juegan el prestigio, incluso la vida, por defender unos ideales.

No importa en qué año esté situada cada una de estas historias. El que en ellas se hable de los verdaderos valores, las convierten en intemporales. No se las pierdan.



4 comentarios:

  1. Ah, interesante. Quizá hasta puedan funcionar los triángulos amorosos. Quién sabe.
    Felices días.

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    1. La mejor manera de averiguarlo es leyendo la novela de Werfel. A mí me ha gustado porque a través de una aparente sencilla historia, hay una buena trama que nos lleva a la verdadera personalidad del protagonista. El final es sorprendente.
      Un abrazo, Pedro.

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  2. Las personas que viven sólo para sí, ni siquiera saben ser felices...ellos mismos.

    Un abrazo, amiga caminante.

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    1. Llega un momento en que tener como único horizonte el propio ombligo, agota.
      Un abrazo.

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