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lunes, 6 de julio de 2015

DONDE RESIDE EL AMOR

Desde que vi este cuadro hace unos días, no hago más que mirarlo. Su título completo es:
"Retrato en Grupo Con Albert Rutherston (1881-1953) (Después del Almuerzo (1910)" de Gerard Chowne
                                   

Si me permiten, voy a hacer las presentaciones. Albert Rutherston fue un pintor que estudió en la Slade School of Fine Arts. Sus obras eran de caracter realista. También se dedicó al diseño de decorados teatrales.
En cuanto a Gerard Chowne, nació en 1875 en India. Igual que el señor Rutherston estudió en la Slade School of Fine Arts.

Lo primero que me ha llamado la atención es la luz que tiene la escena. Es un día de sol y aunque la mesa alrededor de la cual están los protagonistas, está en un rincón sombrío, algunos rayos de sol han conseguido colarse y posarse en parte de sus prendas, al igual que sobre el blanco mantel que cubre la mesa. Sobre ésta reposan los restos del almuerzo. Botellas ya vacías, un par de platos con restos de comida.  Un pequeño recipiente de cristal acoje un sencillo ramillete de flores naturales. Sus colores parecen querer emparejarse con los de otros elementos que están cerca: El amarillo busca las tapas de un libro cerrado donde fundirse. El rojo parece inclinarse hacia la etiqueta de una de las botellas vacías. El blanco quiere reposar sobre el pulcro mantel. El humilde color verde que cubre las pequeñas hojas, busca su tono gemelo en la botella que está más cerca del libro. Esa búsqueda del tono gemelo, es lo que crea armonía en la mesa.
Fijémonos ahora en los tres personajes.
La mujer más jóven parece haber quedado satisfecha con el almuerzo pues ha dejado parte de él en el plato. Mientras descansa su brazo derecho sobre la mesa, en parte camuflado tras las flores, el izquierdo lo tiene apoyado sobre el respaldo de la silla, lo que hace que su cuerpo esté en una postura un poco torcida. No quiere dejar la mano muerta, en el aire, quizás por eso ha decidido tocar con ella parte de la falda que lleva. Eso nos permite descubrir la alianza que luce en su dedo corazón. ¿Casada?
La habitual blancura de la piel de su rostro está cubierta por un tono rosado ¿es el sol el causante de ese tono, o la mirada del hombre que tiene frente a ella? Quizás ambas cosas.
El hombre está apoyado en la barandilla, aunque la parte superior de su cuerpo no descansa sobre ella. Parece inclinarse hacia donde está la mujer. Quizás han estado manteniendo una interesante conversación. Un conversación en la que las miradas también han tenido algo que decir.
Alrededor de los ojos de él hay unas marcas blancas. Podrían ser la prueba de que ahí han estado posadas unas gafas. Esas marcas son acentuadas por la sombra que le da el ala del sombrero que lleva puesto.
Por último tenemos a la mujer más madura. Ella parece no tomar parte de la conversación. Su mano derecha reposa cerca de una servilleta que, posiblemente, acaba de dejar sobre la mesa, sin doblar. El codo de su brazo izquierdo también descansa sobre el pulcro mantel.
Sobre su cabeza luce un sombrero con forma de turbante, con un adorno, de la misma tela que el sombrero, que cual plumas abiertas, forman un abanico. Su mirada parece perdida en la lejanía del horizonte, o quizás está sumida en la profundidad de sus pensamientos. No se sabe a ciencia cierta si es lo que mira o lo que piensa, pero hay algo en el gesto de sus labios que denota una cierta tensión y algo de rechazo. ¿Qué será lo que perturba a esta dama? Quizás no esté tan indiferente a la conversación que mantiene la pareja. Algo hace que su cuerpo no se relaje y por eso, tal vez, no es capaz de apoyar la espalda en el respaldo de la silla.
Entre las dos mujeres hay una silla que, tal y como demuestra la posición en la que ha sido dejada, ha estado ocupada hasta hace poco.  Eso y el plato, lleno de peladuras de  naranja, que está frente a la silla vacía. ¿Habrá sido ése el lugar donde ha estado sentado el hombre que ahora vemos de pie? No parece muy lógico que pudiendo estar cómodamente descansando cerca de la mujer joven, prefiera estar de pie. ¿Será otro el dueño del libro que descansa cerrado sobre la mesa? ¿Hombre o mujer? Quizás sea ese personaje ausente el que acapara la atención de la mujer del sombrero-turbante. Es curioso cómo una ausencia puede dar pie a más historias que una presencia. Una ausencia puede ser el mejor cómplice de la imaginación.
A las espaldas del hombre, se ve un bello paisaje. Su situación, un poco más abajo que la terraza donde están las tres personas, permite una buena visibilidad del mismo.
El invitado principal de este cuadro es, sin duda, la luz. Lo envuelve todo y hace posible que, de la pieza de tela colgada tras la mujer más joven, salga la bendita sombra que permite que ese rincón sea un oasis y no un desierto.
La suavidad de los tonos utilizados por el artista, hace de esta escena un lugar de reposo para los ojos que contemplen el cuadro.
Qué importante es la luz y los colores utilizados. Tienen tanto protagonismo, tanta presencia, como los personajes representados en los cuadros.
Qué diferente este cuadro, del que pongo a continuación


Éste se titula "Tarde de Verano" de Edward Hopper, uno de los pintores que mejor sabe plasmar en sus cuadros la soledad. Incluso, como es éste el caso, de una pareja. Si se fijan, son dos las personas que están en el porche de la casa pero, ¿se puede decir que están el uno con el otro? Quizás el homre esté diciendo algo a la mujer, pero ella ¿dónde está? O a lo mejor es al resvés. Es ella la que ha dicho algo y él, el ausente.
Llama la atención la postura de los dos cuerpos. Ella apenas apoyada, tiene todo su cuerpo en tensión. En el caso del hombre, aunque parece sentado más tranquilo, hay algo en su postura de medio lado, y la excesiva rectitud de la parte superior de su cuerpo que denota intranquilidad. La tensión es más patente en su nervudo brazo derecho.
Es paradójico que se titule "Tarde de Verano" pues parece más bien ya entrada la noche. A pesar de la luz que ilumina el porche, centro del cuadro, es una escena donde puede más la oscuridad.  Una escena que me recuerda a la que pude contemplar con mis propios ojos, no hace mucho. ¿Quieren que se la cuente?
Mañana de domingo plenamente soleada. Voy a coger la prensa a una librería del centro. Apenas he llegado, cuando entran detras de mí, una pareja joven con dos niños entre los 6 y 9 años.
Ella pregunta por un libro sobre El Cid Campeador, para niños. Cuando la librera se lo muestra le pregunta a él qué le parece. No hay respuesta. El hombre,  indiferente a las palabras de la mujer, ojea una revista que ha cogido de una estantería. Entonces ella deja el libro, disculpándose, y se dirige hacia la puerta del establecimiento mientras le pide a él,  con tono de exigencia:
-¿Puedes salir un momento?

En la librería se ha hecho un silencio tenso. Los niños intentan no darse cuenta de lo que pasa cogiendo libros de aquí y de allá. Es tal la ausencia de ruido, que no se puede evitar oir la conversación de la pareja que está cerca de la puerta abierta del establecimiento.
¿Qué es lo que quieres? -pregunta ella nerviosa-. Creía que estábamos de acuerdo en pasar un rato agradable con los niños.
¿Que qué quiero? -pregunta él-. Lo que quiero es despertarme contigo y que me des un beso.
Durante unos segundos vuelve a reinar el silencio.
Enseguida ella reacciona. Entra en el establecimiento y le dice a la librera que sí, que quiere el libro. Entonces vuelve a dirigirse a él:
-Paga tú ésto, que yo he estado pagando hasta ahora todo.
El niño más pequeño se encarga de envolver de luz,  durante un ratito, el ambiente.
Mira, mamá -casi grita-, una linterna que te hace más pequeño.
Qué bien -contesta la mujer-, pero déjala en su sitio.
A continuación paga el importe del cuento, le dice a los niños que ya se tienen que ir, y se despiden de la librera.
Cuando los cuatro han salido del establecimiento, la mirada de la mujer que regenta la librería y la mía, se encuentran. ¡Qué historia! parecen decir nuestros ojos.
Según voy paseando, no puedo quitarme la escena de la cabeza. Siempre me han dicho que el amor está en todas partes. Entonces ¿por qué a veces es tan difícil sentirlo? Dos personas que hablan pero sus palabras no mantienen una conversación, sino un monólogo.  Una habla de amor, la otra de quién paga el qué. Cerca de ellos, hay un niño que se fija en una linterna, cuya luz, puede hacerle más pequeño. ¿Estaba diciendo que, en ese momento, deseaba desaparecer? Es entonces cuando me acuerdo del cuadro del señor Hopper. Dos soledades en compañía. Aquí la luz no es lo suficientemente cálida para que nos pueda mostrar dónde reside el amor.

2 comentarios:

  1. Nos sentimos molestos cuando somos testigos del desamor. Los niños no entienden pero intuyen, son víctimas mudas.La gente muy mayor alega que antes la gente aguantaba, afortunadamente hoy no se aguantan y terminan por romper. Los hijos de matrimonios indisolubles hubieran deseado esa ruptura, pero era imposible.
    Da gusto leer tus descripciones de los cuadros, tienes una sensibilidad cromática nada especial.
    Besos, amiga.

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    1. Ocurre que, a veces, un cuadro te recuerda una escena vivida. Otras, es la escena real, cotidiana, la que te lleva a una pintura.
      Los niños lo captan todo, por eso se resguardan en su mundo de fantasía. Ojalá fuéramos capaces de dar pinceladas de colores suaves y formas bellas, para convertir nuestras vidas en una serena obra de arte.
      A mí me gusta mucho leer tus comentarios. Me ponen las pilas. Gracias nuevamente por tu visita, y un abrazo, amiga.

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