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martes, 14 de octubre de 2014

OASIS LITERARIOS

Hay lecturas que te dan respuestas, otras te llenan la cabeza de preguntas. Algunas te dejan palabras que no sabes dónde colocar. Son como trajes que no se adaptan a tus formas, y necesitas buscar el porqué, y esa búsqueda te lleva a otras lecturas. Pero sucede que a veces, en mi caso a menudo, necesitas buscar un libro que simplemente te dé placer, el placer de disfrutar de la belleza del lenguaje. La novela que traigo hoy es de ese tipo. Se titula "Sidra Con Rosie". Su autor Laurie Lee, nos relata su niñez. Y dirán ustedes, ¡vaya!, otro que nos cuenta su vida. Pues sí. Pero eso no es lo importante de su historia, sino cómo lo cuenta. Cualquier cosa que diga yo aquí, no va a hacer más que dar una imagen poco real de su grandeza.  
Las metáforas, la poética utilizada como una sencilla herramienta que sacara de uno de los bolsillos de su chaqueta. Todo parece tan simple, y según vas avanzando en la lectura, te das cuenta de que lo que tienes entre tus manos es una obra literaria.

El señor Lee no pudo elegir peor momento para nacer, justo un mes antes de la primera guerra mundial. Pero sorprendentemente, los recuerdos que aquí plasma de su niñez, están llenos de calidez, de cariño.
Eran tiempos muy duros. Se trabajaba mucho y había poco para comer. La mortalidad infantil estaba a la orden del día.
Por un lado, la escasez parecía imponerse sobre todo lo más elemental. Sin embargo, había, como he dicho, mucho cariño, y mucha belleza alrededor. Puede que Laurie Lee no fuera de los más fuertes, o de los más listos, como él mismo reconoce en alguno de los capítulos, pero estaba dotado de una sensibilidad que hacía que sus ojos fueran capaces de captar la belleza por muy oculta que pareciera estar. Y la captaba en los objetos, (la descripción que hace de la cocina de su casa, es maravillosa), en el paisaje, (cuando habla de su transformación al cambiar las estaciones, sientes el crujir de las ramas, el olor de la humedad de la tierra, hueles el calor que desprende el huerto cuando la intensidad de los rayos del sol cae sobre él), y en las personas. Sobre todo en algunas personas. Vean si no tengo razón, en la descripción que hace de su madre, cuando él aún goza del privilegio de dormir con ella:
"Liberada del ruidoso ajetreo diurno, mi madre dormía como una niña feliz, encogida en el camisón, respirando con leves sonidos de sorber en la almohada. En sus vuelos del sueño me mantenía cerca, como un paracaídas a su espalda; o se daba la vuelta y me envolvía en su gran cuerpo cansado, y yo me sentía tan a gusto como un ratón en un almiar".
O en la que hace de las dos abuelas, envuelta en poesía e ironía:
"Parecían estorninos tachonados de azabache y caminaban con un tintineo de oscuridad".

En  un año y en un mundo que parecía que todo era oscuro y triste, como la muerte, nace un niño cuya mirada es capaz de posarse en todo lo que rebosa belleza, en todo lo que transmite vida.
No se pierdan esta novela, oasis en mitad del desierto que nos está tocando vivir.






La fotografía, que he sacado de Internet, reproduce el cuadro titulado: "Regreso del Trabajo" de Walter MacEwen.

2 comentarios:

  1. Por esos pueblos castellanos pueden verse, todavía, estorninos de azabache metamorfoseados en abuelas. Me gustan más los mirlos pero, de todas maneras, es una buena metáfora. Seguro que es un gran libro.
    Los oasis ahí están, cada uno tiene lo suyos. El mio está quijotizado.
    Al volver al trabajo, un momento para ajustarse el calzado, un hermoso cuadro.
    Un abrazo

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  2. Las escenas se repiten en uno u otro lugar. los personajes son casi iguales, y los sentimientos son universales. El encontrar a un autor como éste que sea capaz de narrarlo con el lenguaje que el señor Lee utiliza, que es pura poesía, es un regalo.
    En cuanto al trabajo que estás realizando en tu blog, es de admirar, por la forma de narrarlo, y por la pasión que transmites.
    El cuadro, me pareció que en la cotidianidad que representa, transmitía serenidad y belleza, ¿se puede pedir más?
    Un abrazo.

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