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martes, 15 de julio de 2014

AQUELLOS VERANOS

"VERANO"
De Charles Sims




Podría contar infinidad de historias de mis veranos en Galicia. Para mí el primer día que llegué allí fue como descubrir el Paraíso. Con diez años los olores, los colores, los sabores que te rodean, que te envuelven, se quedan grabados para siempre.
Pero de todo lo que allí descubrí lo mejor fue la gente, mi gente. Mi madre tenía nada menos que siete hermanos, así que cuando llegué y los conocí a todos, me pareció algo increible. Pero es que además cada hermano tenía sus hijos excepto la mayor, María, que se había quedado soltera. Con lo que la presentación de todos los primos que tenía, me pareció interminable y a la vez maravillosa.
Yo llegaba de la Castilla de gente contenida, austera a la hora de expresar sentimientos, y me encontré en un lugar donde todo el mundo me daba unos achuchones que me cortaban la respiración. Cuando mis tías me abrazaban, lo hacían rodeándome con sus fuertes brazos, acostumbrados a trabajar duro en la tierra y a llevar mucho peso.  Y los besos eran sonoros y dados con toda la cara.
Cuando conoces a un grupo de gente no sabes por qué siempre te inclinas más hacia uno que hacia otro. Es algo instintivo. Y en una familia numerosa, de repente te llama la atención uno de ellos sobre los demás. Eso me ocurrió con mi prima Alsira.
Alsira no era una niña guapa. Pero tenía un encanto especial. Era de esas crías que llevan un angel encima. Su cara no tenía ningún rasgo que destacara, sin embargo tenía tanta luz, que era imposible no fijarse en ella. Los ojos eran oscuros, brillantes. Su pelo era de color que yo denomino pelirrojo-contenido, porque no era ni castaño, ni rubio. Era de ese color que tienen los maizales cuando les da la última luz del sol. Como si quisiera explotar en una mezcla de amarillo y rojo, pero no terminara de decidirse. Pues así era el pelo de Alsira. En la época que yo la conocí, se le estaban cayendo los dientes de leche, así que la parte superior de su boca, tenía un enorme hueco justo en el medio, lo que hacía que cuando se reía, pareciera la entrada a el túnel del tren de la bruja.
Mientras que sus hermanos montaban jolgorio, ella se quedaba callada, sonriendo. Cuando alguien le decía algo, se encogía de hombros y sonreía aún más. Se sentaba como si quisiera contenerse en sí misma. Parecía un duendecillo al que le diera miedo quitarle espacio al aire. Cuando por fín se decidía a hablar, se le iba el aire por el hueco de la boca, lo que le hacía reírse de su propia gracia.
Por entonces nosotros vivíamos en un piso de alquiler, abuhardillado. Y aunque también jubágamos en la calle, no teníamos la suerte que tenían mis primos de estar rodeados de campo. Siempre andaban correteando, a veces descalzos. Mi madre siempre me traducía lo que ellos decían pues hablaban en gallego, pero la verdad es que no me hubiera hecho falta, porque nos hubiéramos entendido, como niños que éramos, aunque hubiésemos hablado en ruso.
Recuerdo que alguna vez nos quedábamos en casa de mis primos hasta la noche. Y las noches en esa parte de Galicia, eran maravillosas. Sólo se oían los grillos y, de vez en cuando, algún perro ladrar. Nos sentábamos en la entrada de la casa y hablábamos y reíamos sin parar. Queríamos alargar la noche tanto, que a veces pillé a Alsira bostezando, vencida por el sueño. Entonces nos dábamos cuenta de que era hora de irse a dormir. Al día siguiente, íbamos despues de desayunar a verlos otra vez. Salían limpitos y peinaditos de casa. Y al poco tiempo de corretear de aquí para allá los pelos estaban revueltos, la ropa llena de tierra, o mojada del agua del pilón que estaba junto a la casa, o salpicada de briznas de hierbajos. Lo que menos les duraba limpios eran los pies porque correteaban, como he dicho, descalzos. Y cómo corrían, sobre todo cuando alguno de los chicos se perseguían.
Durante años, cada verano nos volvíamos a encontrar. Y en cada re-encuentro, descubríamos la transformación que iban teniendo nuestros rostros y nuestros cuerpos. Los chicos fueron estirando primero, luego sus brazos y piernas se fueron musculando. En el caso de las chicas, se fueron haciendo mujeres. Cada vez corrían menos y hablaban más. Pero seguían manteniendo el olor a campo, a aire puro, a sol. En sus pieles, en sus rostros. Cuando me daban un beso, era como si pegasen en mi cara todo el paisaje comprimido en él.
Un año empezaron a faltar alguno de ellos a la cita veraniega. Habían encontrado un trabajo fuera y lo que entonces supe de ellos, ya fue por referencias de otras personas.
Lo último que oí de Alsira es que había estado viviendo con su chico, y un día éste le pegó una paliza.
Cuando me lo contaron, fue como si me clavaran un objeto punzante en el mismo corazón. Me vino enseguida a la mente la imagen de esa niña de pelo de color pelirrojo-contenido. Vi su desdentada sonrisa. Su cuerpecillo encogido. Sentada con las manos bajo sus piernas, intentando no ocupar demasiado sitio. Su mirada oscura, brillante, dirigiéndose hacia todo y todos los que la rodeaban. Pensé que no había derecho a que alguien así sufriera semejante trato. Y fué entonces cuando salió, de lo más profundo de mi ser, todo el gallego que conozco, para lanzarle a ese individuo el peor de los deseos.

2 comentarios:

  1. Los veranos de la infancia eran inmensos, casi eternos. Se quedan en un rincón del alma, esperando que alguien los resucite.
    Me parece verte, pequeñita, en esa playa, rodeada de otros niños, disfrutando del mar inmenso, de esas palabras dulces en gallego, de tu familia...
    No, no hay derecho a que un ser humano maltrate a otro, no hay pretexto válido.
    Los castellanos somos ásperos y secos, los gallegos disimulados, los andaluces exagerados, los catalanes agarrados...Topicazos.
    Un abrazo, caminante.


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  2. Hola Abejita:
    Más allá de los tópicos en que se pueda caer a la hora de hablar de una persona de un lugar u otro, sí que hay que reconocer que más que por la región, por la educación, hay diferencias a la hora de expresarse. Por aquí somos más contenidos a la hora de exteriorizar sentimientos. A mí me encantó descubrir los abrazos que me daban mis tíos y primos, sin remilgos. Cuando me abrazaban lo hacían con todo el cuerpo y con toda el alma. Y eso siempre irá conmigo.
    Ahora los veranos, por lo menos para mí, ya no son tiempo de relax. Ahora se aprovecha para hacer obras en casa, limpieza general y otras locuras del estilo. No deberíamos hacernos adultos nunca.
    Me alegró mucho encontrarme contigo y con Esmeralda en la presentacion del libro de Pedro Ojeda. Fue entrañable, casi familiar, porque allí todo el mundo se conocía. Estuvo bien.
    Un abrazo.

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