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sábado, 18 de enero de 2014

LO QUE NO VEN NUESTROS OJOS

No hay héroes sin heridas.
(Proverbio búlgaro, sacado de la novela "Apaches")

Unos buenos amigos, sabiendo que me gusta todo lo relacionado con la cultura de los indios americanos, decidieron un día regalarme una novela que se titulaba "Apaches". Cuando empecé a leerla, me llevé la sorpresa de que no tenía nada que ver con el tema. Como me gustó desde el comienzo, seguí leyéndola. Descubrí una buena historia, pero sobre todo unos personajes inolvidables.
El autor, Lorenzo Carcaterra, nos cuenta la historia de un ex-policía que se dedica a la investigación privada. Cuando el caso que está investigando empieza a complicarse, decide pedir ayuda a unos antiguos compañeros. El denominador común de todos ellos es que debido a las secuelas físicas que les dejaron los accidentes que sufrieron en acto de servicio, fueron retirados del cuerpo. Les consideraron incapacitados para su trabajo. El líder del grupo, no está de acuerdo con la teoría de que porque una persona tenga una tara física, se convierte en alguien inútil, y será quien reúna a los hombres que él cree que pueden ayudarle. Así se va abriendo el abanico de personajes, cada uno con sus características, con su propia personalidad. Todos ellos dotados de una enorme dignidad.
La investigación les descubrirá que tras la apariencia de un caso sencillo, se esconde una trama mucho más complicada.

Hace unos días quedé con una amiga con la que suelo reunirme de vez en cuando para tomar algo, y ponernos al dia de nuestros temas cotidianos.  Es una persona con la que continuamente estoy aprendiendo. Me ha enseñado, entre otras cosas, el verdadero significado de la palabra valor. Ella tiene una discapacidad auditiva. Es sorda. Cuando habla lo hace despacio y con una pronunciación un tanto diferente a la que podamos tener ustedes o yo, por ejemplo. Cuando la conocí, me advirtió que al hablarle la mirase siempre a la cara, para que pudiera leer las palabras en mis labios.  Me encanta conversar con ella. Si vamos por la calle, a veces se para, se pone frente a mí y empieza a contarme lo que en ese momento para ella tiene una especial relevancia. Al hablar mueve mucho sus manos. Son como dos gaviotas que no pueden dejar de volar para dar énfasis a lo que está diciendo.  Cuando detiene su diálogo para que yo intervenga en la conversación, se queda mirándome con sus grandes y claros ojos, comiéndose con ellos cada una de mis palabras. Es curioso el hecho de que siendo sorda, es una de las personas que conozco que mejor sabe escuchar.
Es joven, está preparada para ejercer su profesión, pero aún así tiene que demostrar cada día que está perfectamente capacitada para hacer su trabajo. Si ya es difícil para los que no tenemos su problema, imaginénse lo que tiene que ser para ella, tener que estar continuamente reafirmándose.  En su vida privada tampoco lo ha tenido fácil. A veces se ha encontrado con personas que la han ido dejando fuera del grupo por su discapacidad.
Pero yo sigo -me decía el otro día-. Sigo luchando para que vean que valgo, que me merezco estar donde estoy y aspirar a un ascenso como cualquier otro.  Y lo decía moviendo todavía con más énfasis sus manos, recogidas en puños que cortaban el aire una y otra vez.
Está siempre metida en proyectos culturales. En uno de ellos fue precisamente donde la conocí.
Disfruté un montón de su compañía, como cada vez que nos vemos.
Cuando volví a casa, empecé a pensar sobre todo lo que me había dicho. Me dí cuenta de que los que sufren de discapacidad son nuestros ojos, que miran pero no ven. No ven el esfuerzo que hace una persona sorda para intentar escucharnos,  ni el que pone una persona que tiene dificultad al caminar o que va en silla de ruedas, y sale cada mañana a enfrentarse con una ciudad y sus habitantes, que a veces le complican el, ya de por sí, complicado acto de intentar llegar a su destino. No ven a los ciegos, con los que llegamos a veces a chocarnos,  a pesar de que nuestros ojos gozan de capacidad visual.
Es nuestra mirada la discapacitada. Y esa discapacidad  a veces no nos deja ver lo que tenemos delante. Otras, en cambio, nos hace ver indios apaches donde no los hay.


(Para J., con todo mi cariño).

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