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sábado, 12 de octubre de 2013

PRESENCIAS



Dentro de unos días se va a celebrar la festividad de Todos los Santos. Un día para recordar a los que ya no están. Nunca he terminado de entender la tenacidad que demostramos en dar presencia a los que se han ido para siempre a consta incluso, de latigar con nuestra indiferencia a los que todavía están presentes. ¿Damos por hecho que éstos últimos van a estar ahí eternamente?  Y lo mismo hacemos con los objetos y los lugares que ahora nos rodean. Sólo cuando la vida nos los arrebata, es cuando nos damos cuenta de lo que teníamos. Esto viene a colación de una historia personal que quiero compartir aquí. Hace unos años, perdí a uno de mis seres más queridos. De repente, todo a mi alrededor se tornó en blanco y negro. Los colores desaparecieron por completo de mi vida. Apenas tenía fuerzas para levantarme cada mañana y, cuando salía del trabajo, andaba como un zombie sin reconocer a nadie ni nada de lo que me rodeaba. Para llegar hasta casa, solía ir por un céntrico paseo de mi ciudad que se llama El Espolón. En ese paseo hay una pequeña librería, del mismo nombre, que regentan dos hermanas. Una librería de puertas de color rojo y envuelta, por la noche,  en una iluminación cálida. No sé qué especie de milagro se producia entonces, que a pesar de mi estado anímico, siempre fui capaz de distinguir el color rojo de esa librería. Era como un imán, en cuanto la veía, mis pies se dirigían mecánicamente hacia ella, y me quedaba contemplando durante un rato los libros de su escaparate. No perdía ni un sólo detalle de los colores de las portadas de esos libros, incluso era capaz de captar cualquier pequeño cambio que hubiera habido en sus títulos o, simplemente en su colocación. Esa presencia física, tangible, de la librería, me mantenía pegada a la realidad. Todo lo demás se había desmoronado, convertido en cenizas, pero ahí estaba la librería, mi librería de siempre. Sólida, real, cálida como una madre. Me pegué día tras día a su escaparate como la hiedra. Me agarré a ella, con la misma desesperación que cualquier Robinson Crusoe se hubiera agarrado a una tabla, que le hubiera conducido a una isla. Y ahí estuvieron siempre las dos libreras, escuchándome,incluso, cuando no iba a comprar nada. ¿Cúantas grandes superficies conocen ustedes en las que harían lo mismo? Si ya el encontrar a un dependiente en ellas, es casi misión imposible.
Puede que me tachen de sentimental o de estúpida, pero qué quieren que les diga, yo vivo de presencias no de ausencias. Voy contracorriente. Me gustan las pequeñas tiendas regentadas por pequeñas-grandes personas que saben estar donde tienen que estar. Que te escuchan, te asesoran, te miran a los ojos cuando te hablan y te reconocen. Por eso compro mis alimentos en el mercado de toda la  vida, y la ropa en las tiendas donde saben mi talla y mis gustos. Por eso adquiero los complementos en la mercería donde al entrar me preguntan por la salud de los míos, y el calzado en la zapatería, que me ha estado "vistiendo" los pies, desde que llevaba los famosos zapatos de goma de la marca El Gorila, al colegio. Algunas de esas pequeñas tiendas han ido desapareciendo, engullidas por las grandes susperficies, pero yo sigo buscando lo pequeño, lo cercano. No declaro la guerra a nadie, simplemente ejerzo mi derecho a elegir. Y para que los consumidores podamos elegir, se nos debe dar varias opciones, no  imponer una sóla. Para mí un cambio en la sociedad o en nuestra forma de vida, no tiene que pasar necesariamente por la destrucción de una parte, (normalmente la más débil), de ella. Sobre todo si esa parte es tan útil como la que se quiere imponer. Nuestro país, nuestro planeta, son lo suficientemente grandes como para que quepamos todos. Los seres pequeños también tienen derecho a la vida. Y en más de una ocasión han sido los más pequeños los que han mantenido el sistema. ¿Se han preguntado alguna vez qué hubiera sido del, ahora, tan destrozado sistema de la Seguridad Social, si no hubiera sido por los pequeños autónomos? Pues que hubiera pasado lo que está pasando de un tiempo a esta parte, desde que se está machacando a los  pequeños empresarios,  que se está yendo a pique.
¿No están conviviendo juntos en el mercado los CDs y los discos de vinilo? ¿Acaso desaparecieron las bicicletas del planeta cuando empezaron a volar los primeros aviones? ¿Han desaparecido los abanicos porque se haya instalado en la mayoría de los edificios el aire acondicionado?
¿Qué problema tienen los grandes con los pequeños, si son, según ellos, mucho mejor que éstos últimos?
Vivir y dejar vivir, ese es el lema a tener en cuenta.
Dejen vivir a los pequeños, porque necesitamos de su enorme presencia.

2 comentarios:

  1. Es una pena que los comercios pequeños vayan desapareciendo, siempre me han encantado ver los escaparates, lo cuidan al detalle, son atractivos, podrías pasar horas y horas viendo cosas a través del cristal, como las mercerías, las drogerías...

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    1. Es la lucha de David contra Goliat. La pena es que los pequeños comerciantes no están unidos entre ellos. Y las ayudas oficiales siempre van a parar a las grandes empresas. Pero mientras existan esas tiendas, hay que seguir consumiendo allí. Un saludo.

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