Mi lista de blogs

sábado, 26 de octubre de 2013

EL HOMBRE IDEAL



Cuando yo vi por primera vez la película "Matar a Un Ruiseñor", basada en la novela de Harper Lee, tenía unos once años. Ni siquiera había leído el libro. La historia que nos cuenta, (para aquellos que no la conozcan todavía), es la del abogado Atticus, viudo, con dos hijos, que vive en una ciudad del sur de los Estados Unidos, y que acepta el defender a un hombre de raza negra, acusado de violar a una joven de raza blanca. El hecho de que el acusado sea negro, en la época y el lugar en los que transcurre la historia, no está precisamente a favor del acusado, ni tampoco a favor del abogado defensor, pues a partir del momento en que este hombre se hace cargo del caso, cambia toda su vida. Y esa vida la vamos conociendo a través de la voz de su hija.
La película guarda fidelidad a la novela, y uno de sus mayores atractivos es el reparto de grandes actores que tiene. El haber elegido a Gregory Peck para interpretar el papel de Atticus, fue un gran acierto.
Hubo dos cosas que me dejaron boquiabierta la primera vez que vi la película: Una, la inmensa presencia física del abogado. Su altura, la anchura de sus hombros, pero sobre todo, y esa es la otra: Su aptitud de serenidad ante situaciones de gran nerviosismo. Era el único personaje que no voceaba, cuando todos los demás perdían los papeles y se ponían a gritar y a insultar y,  sin embargo, encontraba siempre la manera de hacerse oir. Sin duda poner el cuerpo y el rostro de Gregory Peck al abogado Atticus, fue, como he dicho anteriormente, un gran acierto.
En la época en la que vi la película, Atticus encarnaba mi ideal de padre. Años después, su recuerdo se convirtió en mi ideal de hombre. Tanto es así que cada vez que me preguntaba alguna amiga cómo me imaginaba al hombre de mi vida, automáticamente, venía a mi mente la imagen de Atticus, el abogado justiciero, el padre que sabía escuchar a sus hijos y estaba con ellos cuando le necesitaban. El hombre compasivo con los más débiles e implacable con los que intentaban sacar provecho de cualquier circunstancia,  intentando incluso, manipular la justicia para su beneficio particular. Cuando yo decía en voz alta todo esto, siempre había alguna amiga que, tratando,  según ella, de bajarme de la nubes donde yo estaba, me decía: pero mujer, si los hombres ideales no existen.
A través del tiempo he aprendido a mirar, a ver a las personas y las cosas que me rodean. Y en esas estaba hace unos días, cuando me vino nuevamente a la cabeza la historia de este abogado.  Y me di cuenta de que mi amiga no  tenía razón, los hombres ideales   existen. Rebobinando mis recuerdos, me he dado cuenta de que he tenido la gran suerte de encontrarme con Atticus en varias ocasiones a lo largo de mi vida. Lo vi en la persona del médico que atendió a mi padre en el servicio de Urgencias,  y que con su voz y  aptitud serenas, consiguieron que mis nervios del momento, se calmaran.
Vi a Atticus en los albañiles que trabajaron sacrificando, incluso, su hora de ir a comer, para que pudiera tener arreglados cuanto antes el baño y la cocina de mi casa.
Me encuentro con Atticus cada mañana, cuando salgo de casa, en la persona del barrendero que limpia nuestra calle, mientras silba, haciéndome olvidar las nubes o la lluvia de turno.
Me cruzo todos los días con Atticus, encarnado en ese hombre que va al colegio con su hijo, porque ya no tiene trabajo al que acudir y, sin embargo, es capaz de sacar fuerzas de donde no las tiene, para ir contándole una historia de final feliz al crío,  y hacer que parezca que todo es como antes.
Ninguno de ellos tiene el rostro, la altura, ni los hombros imponentes de Gregory Peck. Pero cada uno de  ellos, en su pequeña cotidianidad, es inmenso, es el hombre ideal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario